Tener una buena salud mental, es poseer la capacidad de asumir los diferentes retos de la vida en plena consciencia y haciendo uso de todos los aprendizajes que se han tenido en el proceso de crecimiento; cuando por el contrario todo es vuelve un problema, o se siente que se enreda con cualquier situación difícil o de “ahoga en un vaso de agua”, es posible sentir que se está perdiendo esa salud.
Desde la infancia, sería oportuno aprender a reconocer las emociones, a relacionarse con los demás, a verse al espejo con amor y gratitud, a valorar lo que se vive, a querer el cuerpo, a cuidar los pensamientos, a poner límites y, sobre todo, aprender a diferenciar lo que ayuda crecer de lo que hace daño.
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Si esas habilidades no se obtuvieron ni en la infancia ni en la adolescencia, es importante aprenderlas en la vida adulta, para garantizar tener autocuidado y amor propio, y así, asumir con claridad cada momento de la vida.
El deporte, la buena alimentación, mantener relaciones cercanas, con lo que llamamos la red de apoyo, tener actividades que generen creatividad y disfrute, cultivar el mundo espiritual y mantener sueños; ayudan a tener una salud mental.
Desconocer las emociones, esconderlas en la espera que otro ser se las resuelva, buscar culpables en todas partes y estigmatizar a los profesionales de la salud mental; facilitan que esa salud se vea afectada y lleguen las enfermedades mentales. Hay señales de alerta que debemos aprender para consultar: perdida del sueño, no tener ganas de trabajar o estudiar, no comer bien y tener cambios inexplicables en la vida diaria. Cada uno tiene la tarea de cuidar su salud mental.