Toledo me dio las alas y Andalucía una granaína.
La noche de aquel glorioso sábado estuvo llena de misterio y gozo. No solo por la exquisita fiesta de cumpleaños – con flamenco en vivo – a la que me llevó mi musa toledana, sino porque el alba nos sorprendió en una carretera de Castilla. Ya lo contaré cuando llegue el momento de la novela. Mi desayuno fue a las 2 de la tarde y consistió en un delirante salmorejo, cordero tierno y patatas fritas, acompañados de una cerveza local llamada La Sagra. Justo lo que necesitaba para reponerme.
La tarde de domingo fue de champagne, jamones y quesos en la habitación del Real. Me iba aquel día, pero la vida quiso regalarme una noche más en la mítica ciudad. Vienen a mi memoria el perfume del amor, las risas y los cigarrillos. El lunes por la mañana ya era más español que la fiesta brava, la poesía de Garcilaso y la pintura del Greco. Toledo me enamoró y volveré mil veces para disfrutarla sin prisas.
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Antes de las tres ya iba rumbo a Madrid para tomar el tren a Andalucía. Los olivares me dieron la bienvenida a una tierra hecha de gracia, música y buen vivir. No tenía reserva en Granada porque mi intención era llegar donde Raúl Alcover, mi amigo cantautor; pero no alcancé a comunicarle a tiempo y no se encontraba en la ciudad. Pasé por el Castillo de Almodóvar del Río cerca de las cuatro y media. El llamado Castillo de la Floresta, situado en el monte «El Redondo» de la provincia de Córdoba, quedó registrado en una foto como una invitación para una próxima visita. Antes de desembarcar me tocó apelar al contacto de una querida amiga cartagenera, quien me suministró las instrucciones para ser recibido en casa de una amiga polaca.
Llegué a Granada a las 5.50, tomé un taxi en la estación y luego de instalarme en una habitación en El Realejo, salí al balcón a las 6.34 para hacer una foto de la Calle de Santa Escolástica. En aquel piso de segunda planta tuve mi primera reunión intercontinental de trabajo con el director y la productora de la serie de televisión “Alma Caribe” que se verá pronto en el Canal Teleantioquia.
Después de las 10.30 salí a caminar por el nocturno barrio y fui a dar a una banca de la Plaza Campo del Príncipe donde me tomé una cerveza y aproveché para rendir tributo al Cristo de los favores. Me gustó encontrarme en el piso con la Estrella de David que llevo en mi firma. A las 11 de la noche estaba frente al Monumento a Las Capitulaciones en la Plaza de Nuestra Señora, Isabel La Católica. La bella escultura en bronce, también conocida como Monumento del IV Centenario, fue diseñada por Mariano Benlliure y representa un encuentro de Cristóbal Colón con Su Majestad Isabel I de Castilla sentada en su trono. Este encuentro hizo posible la primera expedición a América mediante el acuerdo de las Capitulaciones de Santa Fe. Me impresionaron los detalles y la cola del vestido regio, sostenido por dos ninfas.
A las 11.11 estaba ante la Capilla Real de Granada, que sirve de sepulcro a Sus Majestades Católicas, Doña Isabel de Castilla y Don Fernando de Aragón. “La pequeña historia de la Capilla es reflejo de la gran Historia de España, lugar de historia de la Iglesia y espejo de la evolución artística y cultural. El edificio se construyó en estilo gótico entre 1505 y 1517. Un año antes de comenzar había muerto la Reina; el Rey un año antes de terminar”, nos dice la web de la Capilla.
Por la Calle de los Oficios llegué a la Plaza dedicada al pintor Alonso Cano y tuve el honor de disfrutar un breve recital de música, a cargo de un anónimo artista callejero que ejecutó el arte de la guitarra española con tal maestría que me hizo abandonar el presente. Volví para darle la respectiva propina y me fui a cenar algo ligero en un gastro bar de la Plaza de las Pasiegas, donde se aprecia la imponente fachada de la Catedral Metropolitana de Granada. La medianoche se había posado sobre Europa.
Después de la cena, rumbo a Santa Escolástica y antes de la Gran Vía de Colón, me encontré con una zapatilla de Princesa abandonada en plena calle. Le tomé una foto antes de instalarla en un rincón, guardando la esperanza de visitar al día siguiente la Capilla Real y encontrarme allí con su dueña.