Desperté pasada la una de la tarde. El poeta ya estaba en pie, cortó un jugoso melón que me devolvió el alma y desayunamos huevos con pan y café negro. A las 2 ya estaba en la calle, de sombrero, camisa de plumas y bermuda, rumbo a la Catedral de Cristo Salvador.
Caminar por Ávila de los Caballeros es un placer que debemos agradecerle al autor de la vida. Ir despacio, disfrutando cada tramo de la imponente muralla, cada calle, cada árbol. La muralla hay que tocarla, para sentir la majestad del tiempo entre los dedos. Frente al exquisito ábside pensé en la Torre Redonda del Castillo de Windsor en el Reino Unido. A pesar de que estos dos reinos han estado algunas veces en disputa, están unidos por el culto a San Jorge. Antes de ingresar tomé una foto de la exquisita plaza de los leones que sirven de custodios de la Catedral.
Algunos historiadores sitúan el comienzo de su construcción a finales del siglo XI en manos de Alvar García, pero la mayoría otorga a Giral Fruchel, maestro de obras francés, la autoría de la Catedral en el siglo XII. Se dice que Fruchel construyó su parte más antigua, correspondiente a la cabecera, mientras que las naves, capillas adyacentes y remate de las torres, fueron construidas entre los siglos XIII y XVI. Visitar la Catedral de Cristo Salvador nos acerca a lo que llamo el concepto gótico de la vida: nuestra transitoria vida terrenal está unida, paso a paso, a nuestra vida eterna en los cielos.
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Es la primera catedral gótica de España, al estilo de las francesas de la Île-de-France, siendo la zona construida por Fruchel de estilo románico de transición al gótico. Otros maestros continuaron y modificaron el plan de obras ya en estilo gótico pleno. Del siglo XIII son el primer cuerpo de las torres y las naves y del XIV el segundo cuerpo de las torres (una de ellas inacabada), el claustro, las bóvedas y los arbotantes. Ya en el siglo XV se terminan todas las obras de la Catedral y, en 1475, Juan Guas construye el reloj mecánico, además de trasladar la primitiva portada occidental al lado norte. La percepción espacial del templo se modificó sustancialmente con la construcción del coro; el trascoro, realizado por mi pariente Lucas Giraldo y por Juan Rodríguez, es una obra en piedra caliza de grandes dimensiones. Impresiona y da mucho gusto apreciar sus detalles.
A lo largo de los siglos fueron construyendo diversas capillas, como la de San Segundo y Los Velada, en el siglo XVI. Otra obra importante de Juan Rodríguez en colaboración con Lucas Giraldo es el altar de Santa Catalina. El Altar Mayor lo comienza, en 1502, Pedro Berruguete, autor de las bellas ocho tablas de la predela: evangelistas, doctores de la iglesia, la Flagelación y la Oración en el Huerto, probablemente terminada por Santa Cruz, también autor de las tablas de la Crucifixión, Resurrección y Epifanía. Finalmente termina el retablo Juan de Borgoña. De las tres naves la central es la más alta y se abre con grandes ventanales al exterior, lo que da una sensación de estar siempre expuesta a la Luz del Altísimo.
“Nada te turbe / nada te espante/ Todo se pasa/ Dios no se muda// La paciencia/ todo lo alcanza/ quien a Dios tiene/ nada le falta// Solo Dios basta”. Los versos de Santa Teresa de Jesús también tienen su lugar en la Catedral, al igual que una imagen suya de gran realismo. En este ambiente de santidad llamó mi atención una leyenda situada al lado del retrato de San Nicolás: “Limosna para casar doncellas huérfanas”. Tomé foto de mis pies con abarcas delante de la sepultura del Excelentísimo Señor, Don Gómez Dávila, nacido en esta ciudad en 1535 y muerto en San Lorenzo de El Escorial el 27 de julio de 1616. Fue mayordomo mayor de Felipe II, jefe de la casa y ayo del Príncipe de Asturias, quien fuera rey Felipe III. Así mismo, miembro del Consejo de Estado y del Consejo de Guerra, se le concedió el grado de Grande de España y prestó grandes servicios durante el reinado de Felipe II; fue uno de los grandes nobles de la monarquía hispánica que logró la confianza de Felipe III.
El recorrido finaliza con una visita al Museo Catedralicio que ocupa la Capilla del Cardenal y las Salas del Tesoro y de los Cantorales. Contiene obras atribuidas a Pedro de Mena, Fernando Gallego y Morales, además de unas piezas únicas: un fragmento de tabla del siglo XII representando a San Pablo, la Custodia de Juan de Arfe y la colección de cantorales del siglo XV de Juan de Carrión. Recomendado.
Sobre las 5 de la tarde volví al piso del poeta. Él estaba leyendo en su estudio, escuchando música sacra. Su escritorio está situado frente a un ventanal desde el que se aprecian los campos de Castilla. Me honró aquella tarde preparando un jugoso chuletón abulense de primera, acompañado de un muy buen vino de Toro. A las seis bajé a la vecina Basílica de San Vicente para conocer su interior y su historia.
Corría el año 306, durante la persecución de Diocleciano, y por orden del pretor Daciano, sufrieron martirio los hermanos Vicente (de Ávila), Sabina y Cristeta por negarse a firmar un documento en el que debían reconocer haber ofrecido sacrificios a los dioses romanos, según establecía el cuarto edicto de la persecución. Según la tradición sus cuerpos fueron depositados en un hueco de la roca, edificándose posteriormente sobre ese lugar la actual basílica (la roca sería la que se puede contemplar en la capilla derecha de la cripta). La leyenda dice que fue el propio judío responsable de su muerte quien, arrepentido, decidió construir un templo para enterrarlos, pasaje que aparece recogido en un relieve del magnífico cenotafio. La Basílica se atribuye también a Giral Fruchel, introductor del estilo gótico en nuestro Reino. La planta es de cruz latina, con tres naves rematadas en ábsides semicirculares y otra de transepto muy alargada, cimborrio, atrio, dos torres (inacabadas) y cripta. Conocer la imagen románica de la Virgen de la Soterraña, es una experiencia mística. Quité mis abarcas como tributo a una de las dos patronas de la maravillosa ciudad.
Tuve el honor de asistir a la Eucaristía de esa tarde, oficiada por un sacerdote joven y muy devoto. Sobre las 10 contemplamos el crepúsculo desde el gran ventanal y salimos a andar con la luz sublime de la prima noche. Hice fotos magníficas de la muralla, del ábside acariciado por la luna, de una escultura en piedra caliza de Santa Teresa que me regaló una rosa, del escudo de sus Majestades Católicas, del barrio de extramuros, del busto del poeta Rubén Darío situado cerca del Arco del Rastro y de una escultura en bronce de la santa sentada en su plaza.
La plaza de La Santa, donde se encuentra el convento levantado sobre la casa natal de Santa Teresa, luce una escultura concebida durante el quinto centenario de su natalicio, el pasado 2015. Es una obra de Óscar Alvariño que la retrata sentada en un banco de granito, dispuesta para que los visitantes puedan posar con ella. Este viajero fue un poco más lejos y, sin que nadie lo notara, le di un beso.