La despedida de Getxo fue cariñosa. Al volver de Cantabria tuvimos un almuerzo casero en el que aproveché para manifestarles mi gratitud a María, su hijo y la amiga que me hospedó. Visitarles fue la mejor manera de conocer el País Vasco, así que por la noche fui a un bar del vecindario, a brindar por esa tierra y prometer retorno.
A las 7.45 de la mañana de aquel jueves 29 de julio ya iba a bordo del metro, rumbo a la estación de Bilbao, donde debía tomar el autobús a Burgos, por invitación de doña Rosario Salamanca en la Biblioteca Real del Escorial. España es así, llena de gente amable que, al identificar al viajero, le hacen grandes recomendaciones. De la estación del metro pasé a la estación de autobús, compré tiquete y desayuné mientras esperaba la salida. Huevos revueltos, unas tapitas con jamón, jugo de naranja y café.
Salimos a las 8.30 y tomamos la Autopista Vasco-Aragonesa, también conocida como autopista del Ebro, pasando por Bengoetxea, Orozco, Altube, Abornicano, Zuazo de Cartango, Pobes, Igay hasta llegar a Rivabellosa, donde desviamos hacia la Autopista del Norte que nos llevó por Miranda de Ebro, Ameyugo, Pancorbo, Santa Olalla de Bureba, Monasterio de Rodilla, Quintanapalla, Rubena y Cardeñajimeno hasta llegar a la emblemática ciudad.
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Burgos está situada en la parte norte de la península. Es la capital de la provincia homónima que hace parte de la comunidad histórica y cultural de Castilla y León, que es la más extensa de España, con una superficie de 94.226 km². Castilla y León, de donde proviene nuestra bella lengua, está compuesta por nueve provincias: Ávila, Burgos, León, Palencia, Salamanca, Segovia, Soria, Valladolid y Zamora. Burgos tiene aproximadamente 200.000 habitantes y a las 10.30 de aquella mañana este viajero se sentía tan emocionado de llegar la ciudad antigua por el puente del río Arlanzón que se le hacía un sueño ingresar por su puerta principal.
Dediqué un rato a contemplar los jardines, las arboledas y las esculturas de extramuros. Reposé en las sombras de la memoria ancestral para resistir el calor del presente. Rendí tributo a los Santos, a los Reyes, agradeciendo a Nuestro Señor y a Nuestra Señora por tan alto privilegio. Al pasar por el Arco de Santa María sentí el impulso de cerrar los ojos para abrirlos a una nueva realidad. Y así fue.
Lo que vi del otro lado me hizo hincar de rodillas y, entre suspiros, derramar una lágrima. Ahí estaba, ochocientos años después, la Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de Santa María. Recé un Ave María y una Salve por tanta belleza trascendente. La magnánima construcción comenzó en 1221, al amparo de Su Majestad Fernando III de León y de Castilla, El Santo. Contemplar su fachada sin ninguna mediación, con los propios ojos, es uno de los grandes regalos que puede hacerse un cristiano en esta vida.
La Catedral de Santa María de Burgos, construida en el XIII, tuvo importantes modificaciones en los siglos XV y XVI: las agujas de la fachada principal, la capilla del Condestable y el cimborrio del crucero. Las últimas obras de importancia (la sacristía o la capilla de santa Tecla) pertenecen ya al siglo XVIII, época en la que también se modificaron las portadas góticas de la fachada principal. La construcción y remodelaciones posteriores se hicieron con piedra caliza extraída de las canteras de la cercana localidad de Hontoria de la Cantera. Los elementos decorativos y el mobiliario litúrgico del interior pertenecen a variados estilos artísticos, desde el propio Gótico, el Renacimiento y el Barroco.
El aire místico de la Santa Catedral está exquisitamente conservado. Además de las obras de artistas extraordinarios, como los arquitectos y escultores de la familia Colonia (Juan, Simón y Francisco); el arquitecto Juan de Vallejo, los escultores Gil de Siloé, Felipe Vigarny, Rodrigo de la Haya, Martín de la Haya, Juan de Ancheta y Juan Pascual de Mena, el escultor y arquitecto Diego de Siloé, el rejero Cristóbal de Andino, el vidriero Arnao de Flandes o los pintores Alonso de Sedano, Mateo Cerezo, Sebastiano del Piombo o Juan Ricci, entre otros muchos. El diseño de la fachada principal se relaciona con el gótico clásico francés de las grandes catedrales (París o Reims). Consta de tres cuerpos rematados por dos torres laterales de planta cuadrada. Las agujas caladas de influencia germánica se añadieron en el siglo XV y son obra de Juan de Colonia. En el exterior son sobresalientes también las portadas del Sarmental y la Coronería, góticas del siglo XIII, y la portada de la Pellejería, con influencias renacentistas-platerescas del siglo XVI. El alzado interior del templo toma como referencia a la Catedral de Bourges. Numerosos son los tesoros arquitectónicos, escultóricos y pictóricos de su interior. Entre ellos destacan el cimborrio gótico-plateresco, alzado primero por Juan de Colonia en el siglo XV y reconstruido por Juan de Vallejo en el XVI, siguiendo planos de Juan de Langres; La Capilla del Condestable, de estilo gótico isabelino, en la que trabajaron la familia Colonia, Diego de Siloé y Felipe Vigarny; el retablo gótico hispano-flamenco de Gil de Siloé para la Capilla de Santa Ana; el gran cuadro sobre tabla La Sagrada Familia de Sebastiano del Piombo; la sillería del Coro; los relieves tardogóticos de la girola, de Vigarny; los numerosos sepulcros góticos y renacentistas; la renacentista Escalera Dorada, de Diego de Siloé; el Santísimo Cristo de Burgos, imagen de gran tradición y la histórica tumba del Cid Campeador y su esposa Doña Jimena, su carta de arras y su cofre. Esta gran obra de la Fe y el Arte fue declarada Monumento Nacional el 8 de abril de 1885 y Patrimonio de la Humanidad por la Unesco el 31 de octubre de 1984. Es la única catedral española que tiene esta distinción de forma independiente, sin estar unida al centro histórico de una ciudad (como Salamanca, Santiago de Compostela, Ávila, Córdoba, Toledo, Alcalá de Henares o Cuenca) o en compañía de otros edificios (como Oviedo, Sevilla o Zaragoza). Es además el templo católico de mayor rango en Castilla y León al tratarse del único que siendo Catedral Metropolitana es a la vez Basílica.
La emoción de este peregrino fue triple al recordar que de esta ciudad salieron los grandes Misioneros de Burgos que tanto sirvieron en su tierra natal y en todo el Valle del San Jorge. Vino a mi memoria la dulce manera como la Arquidiócesis de Cartagena influyó ante la Santa Sede para erigir la Prelatura Apostólica del San Jorge, en 1924. Llegaron entonces los primeros misioneros de España, entre ellos el Padre Marcelino Lardizábal, del Instituto Español de Misiones Extranjeras (IEME), gran institución fundada en 1920. Al padre Lardizábal se le encomendó el gobierno de la naciente jurisdicción eclesiástica, como primer Prefecto, con sede en mi amado San Marcos. Comprendería su jurisdicción eclesiástica un amplio territorio de las sabanas del Caribe y los Valles del Sinú y San Jorge, antiguo asentamiento del pueblo Zenú, así como algunas riberas del Cauca y del Magdalena.
Acompañaron a Monseñor Marcelino Lardizábal en la organización y desarrollo pastoral de la Prefectura otros misioneros como Matías Ruiz, Claudio Murga y Sebastián Coloma. Tiempos después, llega una pléyade de no menos esforzados e insignes misioneros como Francisco Font, José Gavaldá, Miguel Noguero, Estaquio Larrañaga, Vicente Ruiz López, Angel Medina, Domingo Molina, Gabriel Arroyo, Nicéforo Ortega, Florentino Valdavida y José Lecuona Lavandivar, todos ellos de gratísima recordación. El Padre Francisco Font es nombrado párroco de San Benito Abad, donde funda los Seminarios Mayor y Menor durante el gobierno eclesial de Monseñor Lardizábal, funda las damas catequistas, después Hermanas Misioneras Catequistas, donde fue cofundadora y primera directora la hermana Carmen Aguirre. Después de esta gran labor, el Padre Francisco Font fue enviado a organizar el trabajo misionero en tierras africanas.
Los Misioneros de Burgos realizaron una gran labor entre nosotros: las comunidades vestían de fiesta con la visita de sus pastores, los seminarios producían frutos sazonados y la catequesis semejaba un semillero en tierra fértil. Todo esto dio pie para que naciera el Vicariato Apostólico del San Jorge en 1949, siendo su primer vicario Monseñor Francisco Santos Santiago. La cabecera del Vicariato, después de disputársela Ayapel y San Marcos, resultó ser San Benito Abad. Durante casi una década al mando de Monseñor Santos la misión fue admirable e inspiradora. Hasta su fallecimiento, el 25 de diciembre de 1957 en San Benito Abad. Al año siguiente le correspondió a Monseñor Lecuona remplazarlo en el gobierno del Vicariato y solo dos años después, en 1960, viajó a España para ser nombrado Superior General del Seminario de Misiones extranjeras de Burgos, cargo que ocupó durante 10 años. Lo reemplazó en el Vicariato del San Jorge Monseñor Eloy Tato Losada, quien fue ordenado Obispo en España, el 25 de julio de 1960, día del apóstol Santiago, y nombrado Vicario por Su Santidad Juan XXIII. Durante su permanencia en España y en compañía de Monseñor José Lecuona, Monseñor Tato participó activamente en el Concilio Ecuménico Vaticano II, al lado del Santo Padre, que tantos honores les había prodigado.
Todo esto pasó por mi corazón al vivir la inigualable paz de la Catedral de Burgos.